lunes, 7 de abril de 2008

HIPERSENSIBLE

(ó 'El síndombre del hombre vulgar')



Alguien que anda en la ciudad evitando las multitudes y cruzarse con gatos negros. Que dobla las esquinas con sus ojos en las manos, las manos en los bolsillos. Intenta no hacer ruido con los zapatos, que son nuevos y a pesar de que resvalan todavía un poco sobre ciertas superficies húmedas, opina que le sientan muy bien.
Ahora mismo no tiene cara, porque no se ve reflejado en los cristales de los escaparates y nadie le mira, por eso siente un hueco donde tendría que ir su cara, y por eso lleva el abrigo tapándole medio rostro. Un rostro que tampoco diría nada porque es inexpresivo y gris y a nadie le llamaría la atención. Cuando cruza Fuencarral por la Granvía, dirección Alcalá, se da cuenta de que percive el mundo exterior con demasiada intensidad. Lleva días pensando que los olores, los colores, los sonidos llegan a él multiplicados, atemorizándole y reduciéndole a un rincón. Demasiada belleza, o demasiado ruido, o demasiado silencio, o demasiado oscuro, demasiado brillante, a veces olía como si viviera en el estómago de un gran animal en descomposición, un perro gigantesco, mascota fiel de un hogro o un dios que se había olvidado completamente de su existencia, de darle de comer.
Y concentrado en el movimiento de sus zapatos piensa que no hay derecho, que la vida es para algunos sólo un poco dura, que problemas como comer, o pagar llenan su cabeza y ya no sienten, o nunca han sentido, o ya son inmunes a la continua información sensorial a la que él (folio en blanco, papel ultrasensible, nitrato de plata sobre una capa plástica sensible a la luz) se veía expuesto cuando no dormía. Pensaba en su cama, con la benevolente bombilla roja colgada sobre él, haciéndole sentir calmado por unos momentos a pesar del horondo y panzón ruido que produce el silencio o del vertiginoso caleidoscopio de formas y movimiento psicodélico de colores dificiles de explicar que se abrían ante él, o dentro de él cuando se atrevía al fin a cerrar los ojos. A veces, antes de caer dormido de agotamiento, se preguntaba cuánto tiempo más iba a soportar eso, y también imaginaba posibles resultados, combinaciones de luces y sombras que aparecerían en su espalda cuando se abrieran las luces.

Pero ahora bajaba la calle, aún sin cara, reflejado en el suelo, los ojos en las manos, las manos en los bolsillos y los zapatos brillantes. Andaba apresurado esquivando mierdas de perro, charcos y gente que hablaba, ladraba y mojaba, salpicando sus paraguas, que ni siquiera le veían y chocaban contra él, distraidos, carcajadas. Farolas, coches que se encienden a partir de cierta hora, almenos no llovía, ya veía el Retiro, casi podía oler la neutralidad de la tierra mojada, un bocinazo. Un gorrión. Un semáforo cambiando de color y gritando 'pib-pib-pib', y una niña a lo lejos, gritando 'ma-ma-ma', y el crujir de una bolsa bajo unos zapatos que brillan, Jorge, coje las bolsas, un pequeña brisa, otro bocinazo, hola, coca-cola, color rojo una, dos, tres y cuatro veces antes de darse cuenta de que alguien le llama, pero no a él, claro, un empujón, está enmedio de la calzada, en el paso de cebra, empieza a llover.

Al cabo, permanece parado.
Tiene corazones en las sienes, latiendo para liberarse y respirar aire semi-puro. Escucha el fluír del torrente sanguíneo, como cuando sorvía limonada con una pajita y piensa que torrente es una palabra muy adecuada. El ruizo es ensordecedor. Piensa que se marea y luego se marea. Sin duda algo está mal, algo acaba, o empieza, ahora siente mucho frío y tiembla. De repente su cara encuentra cerca sus zapatos, y su boca, algo seca y pegajosa, les susurra algo, unas palabras de aliento a sus zapatos, que se empañan vergonzosos con el vaho (creando así un sinuoso mosaico en miniatura de puntitos de humedad, planetas y sistemas magnéticos, en que el caos y la armonía luchan batallas feroces desde el principio de los tiempos, etc...)